19 Jul

Foto: Alfonso Arias M.

Cotidianamente escucho entre colegas, quejas y preocupaciones sobre la cantidad y calidad de oportunidades laborales que se les presentan. En resumen; los comentarios van a una lamentación por trabajos mal pagados, o quejas contra el coloquialmente llamado “planito”, ofendidos porque los clientes sostienen negociaciones no claras para hacer ver sus peticiones como menores. Con la finalidad de pagar poco, pero obtener información muy especializada, desean asesorías para que puedan finalmente ellos realizar el proyecto con un entendimiento superficial del mismo. Desean (sin comprometerse), les sean resueltos sus problemas con instalaciones o estructura, etc.

Simultáneamente, escucho entre la población comentarios de satisfacción con los resultados estéticos logrados gracias a su esfuerzo y creatividad. Historias de grandes cantidades de dinero invertido durante largos periodos de tiempo, en fincas que los albañiles nunca terminan. Adecuaciones peligrosas e improvisadas entre elementos estructurales y de instalaciones, y un entendimiento muy superfluo de la labor de los arquitectos. Y también grandes casos de éxito donde las fincas resultantes son exactamente lo que la familia necesitaba, y con pocas adecuaciones que evidencian que la comodidad pareciera estar sobrevalorada.

He tenido la oportunidad de compartir experiencias con albañiles, y su visión sobre los arquitectos. Es casi homogéneamente como de caciques, personas que mantienen un puesto intermediario y que filtran una cantidad de dinero importante; tomando la parte que consideran más justa para ellos por ser quienes trabajan directamente con los materiales y las herramientas. Se expresan complacidos por la libertad que les da ser contratados por familias y no por arquitectos, pero gracias a que esto, también obtienen la libertad de ser impuntuales, relajados o poco exigentes con las técnicas o los acabados.

En México existe una realidad que no puede negarse, respecto a la construcción de espacios habitables. Una dinámica de participación tripartita entre los constructores, los arquitectos y los habitantes, en los que cada uno de estos agentes reconocen que las otras partes poseen cierta información y juegan un papel en el proceso de la construcción, aunque al mismo tiempo lo minimicen. Se guardan recelosamente dicho conocimiento y lejos de aportarlo para el progreso de la obra, lo mantienen en secreto, porque consideran que de ello depende su permanencia en el proceso. El arquitecto en su figura como conector de ambos extremos termina siendo normalmente eliminado de la ecuación para construcción de fincas en donde, entre los albañiles y los habitantes, resuelven intuitivamente las labores que el arquitecto desarrollaría.

Partiendo de esto, es fácil comprender las molestias generadas cuando se toca el tema de la autoconstrucción y autoproducción dentro del gremio de arquitectura. Lógicamente se considera como una desvalorización de la propiedad intelectual y formativa de un arquitecto, de sus años invertidos en absorber y generar conocimiento y estrategias para resolver problemas tecnológicos, artísticos y constructivos para desarrollar un lenguaje que le permita materializar ideas abstractas, y que además correspondan a una gala de progreso que la humanidad ha tenido por siglos y siglos.

La pregunta entonces es, ¿Cómo resolver este problema?, ¿Cómo lograr que los arquitectos se integren a la autoconstrucción? ¿Cómo proteger a la arquitectura ante un futuro que está viéndola como innecesaria?

Esta situación es muy evidente en el caso de construcción de vivienda popular. Es mucho más complicado, pero no imposible, verla en objetos arquitectónicos de mayor escala o destino, pero por ahora podemos acercarnos a la problemática desde este frente. Tomando en consideración que el problema en su dinámica es la falta de integración por parte de los tres agentes principales (arquitectos, habitantes y constructores), se vuelve válido proponer acercamientos para atacar el problema desde aquí. Para ello es indispensable tomar en consideración que las áreas fundamentales para trabajar, son justo las vinculaciones e interrelaciones entre estos agentes, y no querer imponer o censurar a alguno de ellos.

Como arquitectos está en nuestro alcance convertirnos en facilitadores de esta integración, necesitamos ser más inteligentes y flexibles para poder negociar con las circunstancias y buscar que esto sea una oportunidad para una relación de ganar-ganar. Para que esto sea posible se necesita que cada uno de los tres agentes esté plenamente consciente del trabajo y rol que todos desempeñan, y así poder ejercer dentro de parámetros de responsabilidad y respeto las tareas de cada uno.

Que cada persona tenga la confianza y la seguridad de sí misma, de sus aportaciones, conocimientos y la importancia de su participación. Se necesita que las personas desarrollen herramientas para hacer valer su opinión, y en consecuencia su situación en términos económicos y productivos. En otras palabras, se necesita empoderar a la sociedad sobre su espacio habitable y confiar en los profesionales.

Para atender esta situación a corto y mediano plazo, los arquitectos podemos abrir foros de discusión y generar contenidos sobre el lenguaje técnico que se compartan a la población, sobre a lo que va a ser nuestra labor. Se debe realizar mediante una gramática que no busque ostentar un conocimiento o posición intelectual, sino ser un poco más coloquiales, para que la información sea digerible para todo perfil de persona. Y que estos ejercicios, convertidos en recursos digitales, audiovisuales e impresos se distribuyan por medios de comunicación no especializada (no servirá de nada hacerlo como arquitectos para arquitectos), y comenzar desde los elementos más tangibles para la sociedad.

La estética es sólo una propuesta. Los arquitectos estamos en teoría capacitados para distinguir proporciones, colores, háptica, y materiales que se corresponden con modas, tendencias, corrientes y estilos arquitectónicos definidos, y esto es lo que paradigmáticamente se considera como “bien hecho o mal hecho”. Sin embargo, en los procesos de autoconstrucción y autoproducción, estos valores no son prioritarios. Las personas buscan reflejar más sus anhelos o deseos, sus gustos y preferencias por estilos de vida como el colonial, el campirano, el costero, el boscoso, etc. Eligen los colores de su preferencia personal si pensar si combinan o no con los cánones de revista. Incluyen áreas verdes con plantas medicinales o del gusto de la abuela. Impermeabilizan superficies para volverlas cocheras o extensiones del interior para reuniones y fiestas. Mantienen elementos constructivos preparados para eventuales ampliaciones, y después cubren las varillas con botellas de vidrio, porque son conscientes que las necesidades familiares podrían cambiar. Instalan columnas a mitad de claros para que sea resistente y sobradamente segura, construyen las cocinas y lavaderos donde las amas de casa puedan vigilar la entrada y salida del hogar. Instalan herrerías de patrones orgánicos sobre las que cuelgan semilleros para aves, y un inconmensurable etc,  

Es decir; la estética de la autoproducción y la autoconstrucción es fiel interpretación inconsciente de la personalidad y carácter de su habitante, y esto se refuerza con el hecho comprobable que toda arquitectura es reflejo de la sociedad que la construye. Ante esto, estamos hablando de una nueva virtud arquitectónica para estas fincas: la belleza de la autenticidad, ajena de cánones y proporciones, fiel a costumbres y tradiciones. Cosas que se han visto reflejadas en la historia en las arquitecturas tradicionales y endémicas de cada región, muy preciadas por esa estética que refleja identidad, que solía responder a costumbres y contextos muy específicos. Hoy en día esos contextos se están transformando en las ciudades, las comunidades no son las mismas, pero podemos ver una permanencia de la lectura de estas variables vigente en la intuición humana.

Si comenzamos por hacer conscientes a las personas de esto, y nos flexibilizamos como arquitectos para aceptarlo, podemos utilizar la estética como una vía para mantener una comunicación empática, y así paulatinamente ir logrando una horizontalidad entre los personajes de la autoconstrucción. Colaborar activamente mediante nuestra asesoría técnica y de diseňo para llevar a buenos fines las metas de los habitantes, disminuyendo un poco nuestras aspiraciones de remuneración con trabajos en la vivienda social, pero incrementando el número de personas a las que simultáneamente podemos asesorar. Buscaríamos un equilibrio entre inversión y beneficios, que a largo plazo nos permita contar con presencia permanente en las dinámicas de la producción social del hábitat.

Alternativas hay muchas, pero es valioso comenzar a probar algunas de ellas. Aprender del trabajo que anteriormente han hecho algunos arquitectos sobre esta misma finalidad, y hacer las adaptaciones correspondientes en nuestra localidad y contexto, en nuestro momento. Lograr con ello cumplir nuestras expectativas profesionales y mejorar la calidad de vida de las familias mexicanas. Sin duda es algo que vale la pena intentar.

Foto: Alfonso Arias M.


Alfonso Arias Martinez, arquitecto y co-editor de AGENCIA, specializado entre otras cosas a la investigación sobre auto-construcción.


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