19 Jul

Foto: Alfonso Arias Martinez

México y gran parte de Latinoamérica son característicos por su riqueza cultural y biodiversa. Sin embargo, la mayor parte de su población pertenece a un estrato socioeconómico popular, donde las prioridades siempre van en sentido de satisfacer las necesidades fisiológicas más apremiantes, de grupos familiares extensos y multigeneracionales, con recursos limitados y terrenos urbanos pequeños.

Siendo la vivienda digna un derecho humano, estas familias requieren de espacios que les satisfagan de privacidad y convivencia, de esparcimiento y trabajo, de limitación y expansión, de espacio máximo y costo mínimo, de flexibilidad temporal y un trato personalizado desde el diseño hasta su ejecución. Es decir, de un cúmulo de consideraciones que parecen contradictorias a la manera formal de creación arquitectónica; paradigmáticamente funcionalista y moderna.

Requiere de respeto, ya que esta manera de concepción espacial no suele ajustarse a las demandas habitables de esas familias, por lo que observar que muchos arquitectos luchan por desprestigiar e ir en contra de los procesos de autoproducción y autoconstrucción, perjudica en primera instancia a los habitantes con viviendas inadecuadas, además de a la disciplina, pues refuerza una visión popular de la participación de un arquitecto como un servicio de lujo. Contando estas mayorías con fuertes tradiciones constructivas e intuiciones espaciales, no es de sorprender que más del 80% de la construcción de vivienda se haga sin la participación de un arquitecto.

Ante esto los arquitectos que por formación han aprendido una manera de trabajar solo adecuada para niveles socioeconómicos altos, han luchado por imponer su manera de pensar sobre la vivienda popular, y ven contradictorio trabajar jerárquicamente como responsables de la obra en diseños complejos con honorarios bajos, arquitectos que ontológicamente ven a los clientes en función de la disciplina como arte - técnica, y no al proyecto en función de los habitantes.

Reintegrarse está tal vez en la distribución social del trabajo, donde todos participan y todos son beneficiados. Para ello, los arquitectos deben visualizar y discutir del tema sin prejuicios, evitar ser impositivos ante esta realidad, compartir sus conocimientos para lograr un empoderamiento tanto de habitantes como de albañiles para obtener una participación técnica y de diseňo en los procesos de construcción social del espacio habitable y, sobre todo, una disposición y mente abierta para encontrar soluciones.

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